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Los pilares de resistencia interna a la democratización en China

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Por Eduardo Griñán Lloret

Pese al relativo éxito de la teoría de la modernización a la hora de explicar algunas transiciones hacia la democracia, el caso chino se antoja paradójico teniendo en cuenta el alto grado de desarrollo y modernización del país y la considerable fortaleza del régimen de partido único. El sociólogo estadounidense Seymour M. Lipset ya adelantó que, aun pudiendo darse la mayoría de los requisitos socioeconómicos favorablemente, los factores políticos podían entrañar una problemática añadida a la democratización. Para dar una explicación a cómo el PCCh ha logrado una posición tan férrea y consolidada entre la sociedad y la estructura nacional, hay entender que existen toda una serie de resistencias internas a la liberalización que, con el tiempo, se han institucionalizado, quedando prácticamente arraigadas al aparato estatal y social.

Como señalamos anteriormente, el desempeño económico jugó un rol central en la legitimación del régimen desde comienzos de la era de la reforma. Sin embargo, el Partido Comunista Chino pronto tuvo que enfrentarse a las “tres crisis de creencias”: crisis de fe en el socialismo, marxismo y el partido. En opinión de algunos estudiosos, el movimiento prodemocrático de Tiananmen en 1989 se fraguó al calor de esta descomposición de fe. En cualquier caso, los líderes chinos observaron con una gran preocupación la deriva de los acontecimientos. En un ejercicio de reflexión acerca de cuál o cuáles podrían haber sido los motivos de tal demostración, la conclusión a la que se llegó fue que no se prestó la debida atención a la educación ideológica. Poco después del movimiento de Tiananmen, el régimen chino puso en marcha una campaña de educación patriótica, especialmente enfocada a enseñar a los jóvenes la humillación sufrida por el país por las incursiones occidentales y japonesas, así como el papel del Partido en la guía heroica del pueblo hacia la independencia nacional y el fin de la vejación. Con la implementación de esta narrativa se dio un giro al enfoque centrado en la lucha de clases, corrupción interna e incompetencia de los capitalistas que había sido utilizado por el Partido para legitimarse hasta entonces. El declive de la ideología comunista como fuente de legitimidad para el PCCh a principios de 1990 hizo que los funcionarios vieran en la educación histórica sobre la humillación nacional una renovadora fuente de legitimación. 

El lanzamiento de la campaña de educación patriótica se realizó en 1991, pero no fue hasta 1994 que se expandió a gran escala. Se revisaron los libros de historia y se publicaron nuevos acorde a la nueva narrativa patriótica. Se desplazó el clásico conflicto entre el PCCh comunista y el KTM capitalista para explicar el “siglo de humillación” nacional a manos de potencias extranjeras, unas experiencias traumáticas que habrían quedado grabadas en memoria colectiva china. Asimismo, el discurso victorioso promulgado desde un comienzo por Mao Zedong se remplazó por una “narrativa de victimización” que apunta a Occidente como el culpable del sufrimiento del país. El hercúleo sacrificio que apuntaban que había realizado el PCCh por lograr la independencia y proteger la soberanía nacional le valió el título de “patriota más firme y completo”. Este último aspecto es de gran relevancia, puesto que, a medida que la misma campaña fue aumentando el nacionalismo entre la sociedad, el profesar alguna actitud contraria o crítica al Partido sería visto como un gesto antipatriótico. El espacio público también fue objeto de la campaña de educación ideológica, posicionando museos, sitios históricos y esculturas por doquier. Hay que añadir que uno de los aspectos por los que destacó este plan es que se introdujo de una forma más “sofisticada” que otros de sus pares históricos. Su arquitectura se extiende a la práctica totalidad de los niveles sociales e institucionales en una estrategia a largo plazo, consolidándose como una eficaz herramienta para la sostenibilidad de la legitimidad del Partido.

La campaña de reeducación no se ha caracterizado por ser la única fuente de la que el PCCh ha intentado sustraer el respaldo ideológico. De hecho, los funcionarios chinos se han sentido atraídos desde hace décadas por el modelo ejemplificado por su pequeño Estado vecino, Singapur, al presentarse como un país con una industrialización avanzada que no ha experimentado una liberalización política significativa, mostrando una resistencia a la democracia occidental a través de la cultura asiática. El éxito del discurso de los “valores asiáticos”, caracterizado por el liderazgo moral y paternalista, en el respaldo del partido gobernante en Singapur hizo que tal estrategia ganara peso en China a modo de refuerzo de su estructura de legitimidad ideológica en torno al PCCh bajo una interpretación del confucianismo, fortaleciendo la estructura de gobierno de arriba hacia abajo.

La teoría de Lipset de que el desarrollo económico agrandaría la clase media y ello supondría un duro desafío para la estabilidad autoritaria dadas sus crecientes demandas de autonomía personal y valores de autoexpresión tampoco encaja ciertamente con la realidad subyacente en China (1). Aunque sí que es cierto que la existencia de una clase media asentada compone, generalmente, una mayor inclinación hacia la democracia, no supone un camino inevitable hacia ésta. A diferencia de la asentada y “longeva” clase media europea, en China no se reconoció un estrato parecido hasta la segunda mitad del siglo XX. La clase media china se ha movilizado en varias ocasiones en protesta contra los fallos del régimen, pero, como sostiene Nathan, todavía se dan unos altos índices de apoyo al sistema, lo que convierte a la clase media “en un agente improbable de cambio democrático en el corto plazo”. La alta estima de la estabilidad y prosperidad entre la clase media china también supone un factor de contención a un cambio repentino y abrupto de régimen por el temor al desorden político que conllevaría.

La coherencia institucional y la dirección diligente de la nación han sido aspectos que han revestido de fortaleza al régimen, ya no solo en términos de respaldo poblacional, sino también de adaptabilidad a las circunstancias. En cualquier caso, la represión política ha cerrado herméticamente la posibilidad de que surgiese cualquier clase de alternativa bien organizada. Esta misma represión puede haber servido de agente legitimador al transmitir la imagen al público de que el dominio del Partido es implacable. El control del gobierno sobre la gran mayoría de los medios de comunicación nacionales crea un manto de censura difícil de soslayar, aplicando sus acciones de forma negativa -a través de la censura directa a actitudes, comentarios y opiniones- o más sutil -mediante la promoción de una visión más positiva de las medidas del régimen o atenuando las críticas-. La acción preventiva se ha vuelto una política de resistencia característica de los gobernantes chinos, desplegando acciones de acecho e inhibición a varios grupos de la sociedad civil, que van desde abogados defensores de los Derechos Humanos hasta fuerzas religiosas. 

Asimismo, la llegada de internet no ha conducido a un descontrol del ciberespacio por parte del PCCh. Más bien, el régimen ha desplegado una cantidad nada desdeñable de recursos para monitorizar la opinión, reorientarla y desmovilizar de forma preventiva posibles amenazas que puedan darse en línea, así como se ha aprovechado de las ventajas de las nuevas tecnologías digitales para dilatar su esfera de vigilancia y coerción. El concepto de “soberanía de internet” ha sido recurrido en múltiples ocasiones por los funcionarios chinos para afirmar la preponderancia de las reglas nacionales sobre las plataformas y redes del ciberespacio. El régimen se ha valido del big data, la inteligencia artificial y el internet de las cosas para la construcción de su arquitectura moderna de represión al más puro estilo del “Gran Hermano” (2), encaminándose de tal modo al establecimiento de un “Estado totalitario digital”.

En lo más reciente, desde que Xi Jinping fue entronizado como líder supremo de China en 2012, la tendencia autoritaria ha sido cada vez más regresiva, llegando a apuntar algunos estudiosos que el PCCh se ha encauzado en una corriente “neoestalinista” o “neoautoritaria”. El culto a la personalidad se ha reincorporado, la represión política ha alcanzado niveles no vistos desde la etapa de gobierno de Mao -incluso organizando purgas internas en el Partido tras el telón de una campaña anticorrupción-, el adoctrinamiento ideológico se ha intensificado -con un vuelco hacia el nacionalismo y el reaccionarismo cultural-, se han incrustado prácticas para la reafirmación del poder del Partido, las hostilidades hacia Occidente han caído en una espiral negativa y la política exterior del país ha mostrado una actitud usualmente agresiva. Los amplios recursos con los que cuenta a su disposición el régimen, unidos a la desmovilización de la sociedad y la firmeza del aparato represivo, eclipsan las perspectivas de democratización. Pese las expectativas de que las políticas orientadas al mercado canalizarían una mayor proporción de recursos en la sociedad civil en detrimento del Estado, esto no llegó a suceder y el Estado supo fortalecerse. 

Pie de página

  • (1) Es importante subrayar que la clase media china no llegaría a ser la misma que esboza Lipset. El término de los ingresos en China es tan variable, dado el constante crecimiento económico, que no podría hacerse una estimación exacta de cuál sería la renta media de este estrato social. Por ello, Nathan (2016) arguye que para que alguien sea considerado de clase media en China debe percibir unos ingresos que le permitan mantenerse a sí mismo, trabajar en un entorno laboral decente y tener un sentido de ciudadanía asimilado. Esta clase de requisitos los suelen cumplir los empleados administrativos y propietarios de empresas privadas de un tamaño no muy grande, así como el personal profesional y técnico de oficinas y empresas estatales o del Partido. Esto supone que un alto porcentaje de la clase media está empleado en el aparato estatal, lo que hace todavía más difícil el apoyo a la democracia al no contar con una verdadera independencia.
  • (2)  Utensilios como el big data facilitan al gobierno la capacidad de actuación preventiva, aplastando de forma temprana posibles planes de oposición. Del mismo modo, a través de la recopilación masiva de datos, se ha puesto en marcha el denominado Sistema de Crédito Social (SCS), por el que las autoridades podrán evaluar la conducta de cada persona y, en base a éstas, podrá ser recompensada o reprendida. La carencia de un estado de derecho robusto deja el tratamiento de los datos personales prácticamente al libre albedrio de las autoridades gubernamentales. Adicionalmente, la omnipresencia del Gran Cortafuegos ha servido para perfeccionar el aparato de control de la información. Empresas y plataformas digitales extranjeras como Google y Facebook ya han cooperado con el Gobierno chino al satisfacer varias de sus exigencias.

Bibliografía

  • Pei, M. (2021). “China: Totalitarianism’s Long Shadow”. Journal of Democracy, Vol. 32, No. 2, 5–21.
  • Wang, Z. (2008). “National Humiliation, History Education, and the Politics of Historical Memory: Patriotic Education Campaign in China”. International Studies Quarterly, Vol. 52, No. 4, 783-806. 
  • Ortmann, S., y Thompson, M. R. (2016). “China and the ‘Singapore Model’”. Journal of Democracy, Vol. 27, No. 1, 39–48.
  • Nathan, A. J. (2003). “China’s Changing of the Guard: Authoritarian Resilience”. Journal of Democracy, Vol. 14, No. 1, 6–17.
  • Nathan, A. J. (2016). “The Puzzle of the Chinese Middle Class”. Journal of Democracy, Vol. 27, No. 2, 5–19. 
  • Yang, D. L. (2016). “China’s Developmental Authoritarianism: Dynamics and Pitfall”. Taiwan Journal of Democracy, Vol. 12, No. 1, 45-70.
  • Qiang, X. (2019). “The Road to Digital Unfreedom: President Xi’s Surveillance State”. Journal of Democracy, Vol. 30, No. 1, 53–67.
  • Zhao, S. (2017). “Whither the China Model: revisiting the debate”. Journal of Contemporary China, Vol. 26, No. 103, 1-17.
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