“Donde entra el comercio, no entran las balas”. Geopolítica de la Nueva Ruta de la Seda.
Por Alonso Molina Alcolea
Introducción
A través de las sucesivas reformas del PCCH el gigante asiático ha conseguido emplear la globalización a su favor y a través de las décadas, pavimentar el camino que quiere transitar para volver a ocupar el puesto como hegemón mundial política, militar y económicamente. Para volver a su puesto histórico Xi Jingpin ha puesto sobre la mesa un proyecto que hunde sus raíces en lo más profundo de la historia de China: La Nueva Ruta de la Seda.
Caída y resurgimiento de China
Aunque la percepción de la mayoría del mundo es que, en los próximos años, China va a ocupar el puesto como primera potencia económica y política del mundo en detrimento de EEUU. Sin embargo, lo que para el mundo occidental parece una anomalía, para el “Imperio del Medio” no es más que la vuelta de una constante histórica; la preponderancia de China en base a una economía descomunal sustentada por una gigantesca población.
El estado chino unificado se remonta al año 221 a.C., durante el reinado del emperador Qin Shin Huang, que inauguró la dinastía Qing, la primera en reinar en la totalidad del territorio chino, con una moneda y un sistema métrico comunes en todo el reino. Si la dinastía Qin gobernó un territorio homogéneo políticamente, la dinastía Han lo hizo sobre uno culturalmente uniforme y creó una de las mayores economías del mundo con intercambios comerciales a larga distancia a través de la Ruta de la Seda, una auténtica arteria económica que siglos después los jerarcas chinos intentan traer de vuelta. La caída de la dinastía Han trajo consigo un período de anarquía de sesenta años en el que el antiguo imperio se dividió en tres reinos, que serían reunificados por obra de la dinastía Sui, bajo la que la población china superó el umbral de los cien millones [1].
La edad dorada de China llegó con los emperadores de la dinastía Ming, que entre 1368 y 1644 desarrollaron completamente el estado chino estableciendo la capital en Pekín, poniendo en pie un ejército descomunal y una economía abrumadora que hizo posible el desarrollo de las artes y de la filosofía neo confuciana. El resplandor de la riqueza de la Ruta de la Seda llevó a los distintos emperadores a subestimar a los europeos y, junto con el aislamiento dejó al gigante asiático en una situación de atraso crónico frente a los occidentales en las sucesivas Guerras del Opio, que consiguieron escindir partes de su territorio, como Hong Kong. Este es el llamado “Siglo de la Humillación”, durante el que China se sumió en una espiral de caos y violencia durante la cual cayó la última dinastía imperial y posteriormente la nueva república fue invadida por Japón. El colofón a esta penosa centuria fue la Revolución Cultural de Mao, en la que murieron millones de chinos y China ocupó el dudoso honor de estar entre los países más pobres del mundo [2].
Tras la muerte de Mao y durante el gobierno de Deng Xiaoping se comienza a entrever la luz al final del túnel. La estrategia china ahora pasaba a pivotar en torno al crecimiento económico y mirando con lupa toda su política exterior evitando cualquier conflicto con otras potencias, pues estaban seguros de que, en caso de que se produjera, llevaban las de perder. El nuevo gobierno puso en marcha una batería de medidas por las que el Partido Comunista perdería el control de la vida económica de los ciudadanos, las comunas fueron desmanteladas y privatizadas y el sistema económico empezó a abrirse, permitiendo la iniciativa privada y la inversión extranjera, adoptando un “socialismo con características chinas”. El éxito de este modelo económico fue posible gracias a la continuidad que encontró en los sucesores de Deng Xiaoping y se materializó en la salida de la pobreza de 150 millones de personas y tasas de crecimiento interior bruto que llegaron hasta el 11,2% [3].
Con la llegada de Xi Jinping hubo cambios, amalgamando elementos de los gobiernos de Deng Xiaoping y Mao, devolviendo al estado el papel tan relevante en la economía y la sociedad que tuvo en tiempos de Mao. El cambio también llegó al plano de las relaciones internacionales, pasando del bajo perfil de Xiaoping a una posición más proactiva, erigiéndose como hegemón en Asia y haciendo reclamaciones territoriales [4].
“Donde entra el comercio no entran las balas”
De entre todos los faraónicos proyectos chinos, la Nueva Ruta de la Seda destaca por un ser el proyecto más personalista, unido totalmente a la persona de Xi Jinping, con el que pretende un cuádruple objetivo; suplir las necesidades chinas en cuanto a materias primas y energía, dar salida a los productos chinos evitando espacios que han resultado poco fiables en los últimos años, como el estrecho de Malaca o el Canal de Suez, ofrecer una alternativa viable a la democracia y el capitalismo liberal representado por EEUU y, finalmente, ser un arma geopolítica y económica a nivel global [5].
Los planes para la Nueva Ruta de la Seda empezaron a fraguarse en el año 2013 y fueron presentados oficialmente dos años después. La gran apuesta china consiste en un conjunto interconectado de vías férreas, puertos, aeropuertos e inversiones en telecomunicaciones agrupadas en dos ramas del mismo proyecto; “El Cinturón Económico de la Ruta de la Seda” y la “Ruta de la Seda Marítima del Siglo XXI”. El primer plan consiste en una ruta terrestre que discurriría por Asia Central para unir a China con Europa, mientras que el segundo enlazaría los puertos del sudeste asiático con Europa, América y África. La fe de los dirigentes chinos en su proyecto se ha visto reflejada en las gigantescas inversiones que han desplegado, que ascienden a 40.000 millones de dólares, a los que se le unirían otros 50.000 millones del Banco Asiático de Infraestructuras, además de 100.000 millones aportados por el Nuevo Banco de Desarrollo y otros 62.000 millones que ha anunciado recientemente el gobierno chino [6].
Este proyecto ha pasado a estar en la primera página de la agenda china, y es que el Partido Comunista tiene grandes esperanzas puestas en él y, de hacerse realidad, las ganancias superarían con creces los costes, ganancias no sólo económicas, sino también políticas. En el interior de China, las rutas pasarían por las regiones más deprimidas, como Xinjiang, y su efecto dinamizador reduciría las desigualdades de estas zonas respecto a las occidentales, y así aplacar los movimientos separatistas e islamistas. Mientras tanto, en el exterior, China persigue un doble objetivo; por un lado, busca diversificar sus rutas de suministro, pues si bien el proyecto fue formulado hace ya 10 años, en este último las líneas de abastecimiento han sido bloqueadas repetidas veces, unas por errores, por sobrecarga o por virus como el COVID. La economía china es tremendamente dependiente de estas rutas y para reducir esa vulnerabilidad se ha trazado una gran variedad de rutas, que a su vez, pasan por otros países cuyo principal socio comercial es China, creando de esta manera un entramado comercial en el que China no es el único interesado. La segunda finalidad es conseguir, mediante el poder económico otorgado y la red de alianzas tejidas por la Nueva Ruta de la Seda, convertirse en el hegemón de la región asiática [7].
Sin embargo, para poner en marcha la Nueva Ruta de la Seda, China ha de asegurar el eslabón más importante de la cadena, que no es otro que el que discurre por los países de Asia Central, que suponen un lugar de paso que conecta los centros de producción chinos con los mercados europeos. Si bien esta zona alberga varios estados, estos tienen características comunes; como la religión, un pasado compartido como parte del Imperio Ruso y de la Unión Soviética, corrupción sistematizada, falta de libertades políticas, terrorismo, pero la más relevante es que son grandes productores de gas natural [8].
De esta manera, Asia Central es el punto en el que confluyen los intereses de Rusia y China. Rusia pretende seguir manteniendo su papel hegemónico en una región que considera su hinterland particular, un espacio vital para su supervivencia al ser el espacio de mayor actividad de las empresas energéticas rusas, un arma vital para el Kremlin en sus negociaciones con Europa. Por otro lado, el PCCH es perfectamente consciente de que Asia Central supone un lugar de paso ineludible para su proyecto, por lo que ha puesto en marcha una estrategia diplomática basada en la construcción de infraestructuras modernas, cosa que los estados de la región no pueden o no quieren hacer por la corrupción, con lo que pretende atraer las voluntades de los gobernantes mientras que apuntala las rutas comerciales sobre las que edificará su proyecto [9].
Aunque pareciera que la región estuviera arrinconada entre dos potencias estos no son los dos únicos actores en la región. Irán ha entrado con fuerza en la región valiéndose de su cercanía cultural en base a la religión y gracias a su geografía, al tener puertos en el Océano Índico de los que se pueden valer estos países sin salida al mar para dar salida al gas, que constituye su principal exportación. Turquía también reclama un puesto de relevancia en la región, pero mediante el empleo del soft power, buscando acercarse culturalmente mediante los medios de comunicación, y a través de la venta de su producto estrella; los drones militares. El tercero en discordia en el tablero centroasiático es Estados Unidos. La finalidad de su presencia ha ido cambiando con el tiempo; en un primer momento el acercamiento a estos países fue espoleado por la guerra global contra el terrorismo y para asegurar el abastecimiento de las tropas estadounidenses en Afganistán. Tras la retirada del país afgano la funcionalidad de la alianza ha cambiado, la Casa Blanca busca en Asia Central apoyo contra China, buscando aislarla en el mar con la ayuda de Japón y Taiwán, mientras que los estados centro asiáticos harían lo propio por tierra [10].
Conclusiones
Pareciera que China ha dejado atrás el Siglo de la Humillación y vuelve a tocar la puerta de la Historia con todo su poder imperial renovado y piensa dejarlo patente con un proyecto que involucraría a 65 países, el 55% del PIB global, el 70% de la población mundial y el 75% de las reservas energéticas del planeta, cumpliendo la tesis de Mackinder y la importancia del Heartland para la dominación mundial. El gigante asiático ha empleado la globalización a su favor, fortaleciendo sus estructuras y planteando un proyecto que será la quintaesencia de la globalización, que le fortalecerá económica y geopolíticamente, quedando como el mayor socio comercial de una enorme cantidad de países.
Bibliografía
- Ambrós, Isidre. (2022). El Partido Comunista y los desafíos internos de China en el siglo XXI. En Ministerio de Defensa (Ed.), China: el desafío de una potencia global (39-67). Madrid.
- Aznar Fernández Montesinos, Federico. “Movimientos geopolíticos en Asia Central”. Boletín IEEE (2022)
- Zurita Borbón, Alfonso. “China, el despertar del dragón rojo”, Boletín IEEE, n 1 (enero marzo) (2016).
- Vidales García, Adrián. “La nueva ruta de la seda y el resurgimiento geopolítico de China”. Boletín IEEE 3 (2016): 387-399.
Pie de página
- [1] Alfonso Zurita Borbón, “China, el despertar del dragón rojo”, Boletín IEEE, n 1 (enero-marzo) (2016): 3.
- [2] Alfonso Zurita Borbón: 4.
- [3] Alfonso Zurita Borbón: 5.
- [4] Isidre Ambrós (2022). El Partido Comunista y los desafíos internos de China en el siglo XXI. En Ministerio de Defensa (Ed.), China: el desafío de una potencia global (44). Madrid.
- [5] Carmen Cano de Lasala (2022). La rivalidad entre China y Estados Unidos. Implicaciones para la Unión Europea. En Ministerio de Defensa (Ed.), China: el desafío de una potencia global (78). Madrid.
- [6] Adrián Vidales García, “La nueva ruta de la seda y el resurgir geopolítico de China”, Boletín IEEE n 3 (Julio-Septiembre) (2016): 5-7.
- [7] Adrián Vidales García, 9-10.
- [8] Federico Aznar Fernández-Montesinos. “Movimientos geopolíticos en Asia Central”. Boletín IEEE (2022): 9-10.
- [9] Aznar Fernández-Montesinos: 27.
- [10] Aznar Fernández-Montesinos: 31-32.
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